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Próxima cita con: Antonin Dvorák

May 21, 2008

Aprendió el violín siendo niño, se convirtió en director de coro en la iglesia de su ciudad natal, Nelahozeves, no muy lejos de Praga, y tocó para la orquesta local, incluso componiendo marchas y valses para ella. En 1854, cuando tenía trece años, fue enviado a Zlonice para aprender alemán, y tuvo la fortuna de encontrar en su profesor (Antonín Liehmann) un excelente mentor. En el otoño de 1857, ese chico de 16 años fue a Praga (haciendo el viaje en carreta) para iniciar sus estudios en el órgano de la escuela.

Dvorák pasó la mayoría de los años de la década de 1860 como intérprete orquestal, primero en una pequeña orquesta dirigida por Karel Komzák, y después en la Opera Nacional Checa que fue dirigida por Smetana. Como compositor, Dvorák tuvo poco reconocimiento en aquella época. Casi no se sabe nada de sus primeras obras. La mayoría de las piezas que escribió durante la primera mitad de la década de 1860 fueron destruidas.

Las dos obras que vamos a sentir en nuestro próximo encuentro son: Sinfonía nº 9 en Mi menor Op.95 (antes conocida como nº5) de 1893 y el Concierto para Violonchelo en Si Bemol menor Op.104 (de 1895).

Hacia finales de la década de 1880 el triunfo de Dvorák en Inglaterra era completo, y sus triunfos americanos le precedían. La Universidad de Praga le había concedido un doctorado honorario en filosofía; fue elegido miembro de la Academia Checa del Arte; en 1891 se convirtió en profesor de composición en el conservatorio de Praga. El primer acercamiento de Dvorák hacia el nuevo mundo fue en la primavera de 1891. La Sra. Jeannette Thurber, mujer de un rico empresario de Nueva York, se aseguró de sus servicios para dirigir el recién fundado Conservatorio Nacional de Nueva York. Le ofreció un contrato por un salario de 15.000 dólares y cuatro meses de vacaciones anuales.

Enseguida se puso a trabajar y compuso la Sinfonía en Mi menor, el Cuarteto en Fa mayor Op.96, conocido como el “nigger”, y ahora como el “Americano”, el Quinteto de cuerda en Mi bemol Op.97 y, el Concierto para Chelo que sentiremos el sábado.

Ninguna de sus sinfonías conoció un éxito tan inmediato como ésta novena. Aún así, los “expertos” aseguran que no está al nivel de la 6º o la 8º, que la superan en profundidad, elaboración, innovación y creatividad. No obstante, para nosotros es la más conocida y la que se adapta mejor a la temática que vamos a abordar este fin de semana.

Más de una década separan los conciertos para violín (que sentiremos en próximas fechas) y violonchelo. Una época que vio la composición del resto de sus sinfonías y su exitosa conquista de Inglaterra y América. Dos obras menores para violonchelo y orquesta lo preceden, el Rondo en Sol menor Op.94, y el Silent Woods Op.68 (os acordáis, lo sentimos en clase hace varios viernes).

El concierto para chelo era la única pieza que ocupaba sus pensamientos durante el último año de estancia en los Estados Unidos. Cuando Brahms leyó todo el concierto, se dice que exclamó: “¿por qué diablos no sabía que se pudiese escribir un concierto para violonchelo como éste? Si lo hubiese sabido hubiese escrito un hace mucho”.

Puede decirse sin exagerar que el Concierto para Violonchelo sobrepasa en maestría cualquiera de las obras de Dvorák compuestas después de la Octava Sinfonía.

El segundo movimiento que empieza con una idea en forma de canción, relajada y de carácter amable (perfecto contraste con el primer movimiento) tiene matices trágicamente autobiográficos. Mientras Dvorák trabajaba en el concierto recibió las noticias de la enfermedad de su cuñada, Josephina Kaunitzova, de quien había estado enamorado en la década de 1860. En horma de tributo trabajó en el Adagio la melodía de una de sus canciones “Leave me alone” Op.82 que era una de las preferidas de ella. Murió no mucho después de que el compositor volviera a casa, sumiéndole en un profundo dolor. Éste sentimiento queda reflejado en algo más de setenta nuevos compases que añadió a la obra. Hasta el final, Dvorák continúa dando rienda suelta al dolor por la muerte de su cuñada.

El concierto fue su última gran obra sinfónica, y en ninguna otra pieza da una expresión más perfecta de los ideales clásicos y la intuición musical. Espero que sepamos sentirlo, viirlo y disfrutarlo.

Gracias Dvorák

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Stokowski entrevista con Krishnamurti

marzo 16, 2008

L.S: Cada arte tiene su medio de expresión. El dramaturgo se sirve del escenario, los actores, las luces, el vestuario, el color y la forma del decorado; el escultor, de la piedra o de la madera; el poeta de las palabras; el pintor del lienzo y los pigmentos; y el músico, de la vibración del aire. A mi entender, la música es la menos material de todas las artes, y tal vez, pudiéramos concebir un arte más sutil incluso. Se me ocurrió que en la música hay aspectos extremadamente inmateriales, que son casi espíritu puro…, y que quizá un día podría desarrollarse un arte que fuera inmaterial, puro espíritu…

K: ¿No le parece que la cuestión no es tanto comparar un arte con otro como la evolución del individuo que ejecuta ese arte? En cuanto a la posibilidad de desarrollar un arte más sutil aun que la música, ¿no dependería eso de la inspiración? La inspiración, según yo la entiendo, es mantener la inteligencia abierta con entusiasmo.

L.S: Yo creo que la inspiración es casi como una melodía o un ritmo, como música que oigo dentro, en lo más profundo de mi, como si llegara de una gran distancia.

K: Porque es usted músico, oirá esa inteligencia a la que está despierto en todo momento y la interpretará a través de la música. Un escultor expresaría esa inteligencia a través de la piedra ¿Comprende lo que quiero decir? Lo que importa es la inspiración.

L.S: Pero ¿cree usted que la inspiración se “compenetra” realmente con la inteligencia?

K: En el sentido en que me refiero a ello, sí. Al fin y al cabo, de ella depende todo. Si usted no es inteligente, no es un gran creador. Así pues, si a la inteligencia se le infunde energía, si se la mantiene viva, ella siempre actuará como médium para la inspiración. Eso es lo que yo llamo inspiración. Surge en usted una idea nueva porque su inteligencia está siempre despierta.

L.S: No es esa en absoluto la sensación que hay dentro de mí. Puedo describirla de este modo: cuando tengo una inspiración, es como si recordara, como si me hiciera consciente de algo que diez minutos antes llegó no sé como a mi cerebro. Existía ya, solo que no había entrado en mi conciencia. Tengo la sensación de que ha existido en estado latente desde hace mucho tiempo –no sé cuanto- y de que simplemente se hace asequible.

K: Yo diría que es la inteligencia la que trabaja para acceder a esa idea. Después de todo, señor, seamos por favor concretos: un ser desprovisto de inteligencia no se sentiría inspirado en el más alto sentido de la palabra. Me siento inspirado al ver algo hermoso, un hermoso paisaje, una hermosa música, o a alguien que recita poesía, porque mi inteligencia está constantemente explorando. Y si hay belleza, quiero traducir es visión a algo que pueda comprender. ¿No es así?

L.S: Esa es una forma de expresión.

K: Y hay cientos de formas. Yo soy solamente un forma, en el sentido al que nos referimos, y puede existir además la forma del poeta, del escultor, etc.

L.S: La sensación que siento es que la inspiración llega de un nivel más elevado que el de la inteligencia.

K: No, yo creo que la inteligencia es el nivel más elevado. Señor, la inteligencia, para mí, es el depósito de lo que experimentamos.

L.S: ¿Qué relación hay entre la “inteligencia” en el sentido que usted da a  la palabra, y la “intuición”?

K: No se puede separar la intuición de la inteligencia en el sentido más elevado. Un hombre culto no es necesariamente un hombre inteligente.

L.S: No, pero a menudo hay una gran distancia entre un hombre inteligente y un hombre intuitivo.

K: Sí, porque una vez más se aplican escalas muy diferentes. La intuición es el punto más alto de la inteligencia.

L.S: ¡Ah!, ahora estoy totalmente de acuerdo con usted.

K: Y, para mí, mantener viva la inteligencia es inspiración. Ahora bien, solo es posible mantener viva esa inteligencia, mediante el experimentar, el inquirir constantemente. La intuición es la apoteosis, la culminación, el acopio de inteligencia.

L.S: Sí, eso es verdad. ¿Puedo hacerle otra pregunta? Si como usted dice, la liberación y la felicidad son el objetivo de nuestras vidas individuales, ¿Cuál es la meta final de la vida en su conjunto, en sentido colectivo? O, en otras palabras… ¿cómo responde la verdad, tal como usted la enuncia, a la pregunta de por qué estamos en esta Tierra y hacia qué meta evolucionamos?

K: La pregunta, por lo tanto, es: si la meta del individuo es la libertad y la felicidad, ¿cuál es la meta colectiva? Yo creo que exactamente la misma. ¿Qué divide a los individuos? La forma. Su forma, señor, es diferente de la mía, pero la vida que hay detrás de usted y de mí es la misma. Así pues, la vida es unidad, y por consiguiente su vida y mi vida deben, de idéntica manera, culminar con aquello que es eterno, en aquello que es libertad y dicha.

L.S: En los designios de la vida como totalidad, ¿no le parece a usted que haya ninguna meta más lejana que la libertad, que la felicidad, ningún plan o propósito más elevado para la vida en su conjunto?

K: Veamos señor, ¿no es esto como un niño que pide: “enséñeme matemáticas superiores”? mi respuesta sería: “no va a servir de nada enseñarte matemáticas superiores si primero no has aprendido algebra”. Si comprendemos esta cuestión concreta, la divinidad de la vida que tenemos ante nosotros, es irrelevante discutir lo que yace más allá, pues nos encontraríamos discutiendo algo que está libre de condicionamiento con una mente condicionada.

L.S: Esa es una respuesta totalmente satisfactoria, clara y breve. Lo que es breve lo recordamos mejor. Siempre me ha parecido que las palabras que emplea el arte deberían ser anónimas. Surge en mi mente una pregunta: ¿Es un poema, una pieza dramática, un cuadro o una sinfonía la expresión de su creador, o acaso él es el medio atreves del cual fluyen las fuerzas creativas.

K: Esta es una cuestión, señor, en la que estoy verdaderamente interesado.

L.S: Veamos, usted es poeta y yo soy músico. Lo que me interesa es comparar nuestras sensaciones a la hora de crear dentro de nuestros respectivos medios. ¿Alguna vez se siente usted un completo extraño ante lo que ha escrito?

K: ¡Sí, por supuesto!

L.S: A mí me sucede… al levantarme al día siguiente me pregunto “¿he sido yo el que ha compuesto eso? ¡No tiene nada que ver conmigo!”.

K: Bien, yo a eso lo llamo inspiración. Esa es su intuición, el punto más elevado de su inteligencia que actúa súbitamente. Eso es a lo que me refiero. Si uno mantiene su cuerpo, su mente y sus emociones en armonía, puros y fuertes, ese es entonces el grado más alto de inteligencia, a partir del cual actúa la intuición. Esa es la única guía. Y en cuanto a los poetas, dramaturgos, músicos, a todos los artistas, deberían ser anónimos, estar desapegados de todo lo que crean. A mi entender, esa es la mayor verdad: ser, dar, y mantenerse desligado de lo que se da. Al fin y al cabo, los más grandes artistas del mundo dicen: “Mirad, tengo algo que, si de verdad lo comprendéis, hará que vuestra inteligencia se desarrolle sin límites, actuará como intuición vuestra. Pero no me adoréis como individuo… No es obra mía, después de todo”. La mayoría de los artistas, no obstante, quieren que su nombre aparezca al pie del cuadro, que se les admire; quieren recibir títulos y diplomas.

L.S: He aquí la eterna pregunta: ¿Es la verdad relativa o absoluta? ¿Es la misma para todos, o diferente para cada uno?

K: Ni lo uno no lo otro, señor.

L.S: ¿Qué es entonces?

K: No se puede describir. Usted no puede describir aquello que le inspira para componer música, ¿no es así? Si se le preguntara: “¿Es absoluto o relativo?”, contestaría: “¡de qué me habla! No es ni lo uno ni lo otro”. ¿Comprende? No se puede decir que sea lo absoluto, o lo relativo; está más allá de la materia, del tiempo y del espacio. Tomemos, por ejemplo, el agua de ese rio que corre ahí afuera. Está limitada por sus orillas; así que podría usted, contemplando el agua decir: “el agua está siempre limitada”, porque ve los estrechos márgenes que la contienen. Pero si estuviera usted en medio del océano, donde lo único que ve a su alrededor es agua, tal vez diría: “el agua es ilimitada”.

L.S: Es una respuesta perfecta… no necesita decir más. Está dicho todo.  ¿Existe un patrón, un criterio de belleza en el campo del arte, o cada persona encuentran su propio sentido de belleza a la que responde? La pregunta está relacionada con la cuestión del gusto. La gente siempre dice: “esto es de buen gusto; eso es de mal gusto”. ¿Con qué autoridad hace alguien esa afirmación?

K: Yo diría que la de su propia experiencia.

L.S: Es decir, su respuesta personal. Entonces, ¿puede autoridad alguna establecer lo que es bueno o malo en el campo del arte?

K: No; sin embargo, sostengo que la belleza existe en sí misma más allá de todas las formas y de todas las apreciaciones.

L.S: ¡Ah!, ¿se trata, así pues, de algo eterno?

K: Como la eterna fragancia de la rosa. Señor, usted escucha música, y yo escucho música; usted oye un vasto plano de vibraciones, y yo oigo el simple sonido, pero ese simple sonido se corresponde con todo su vasto plano.

L.S: Sí. Es una cuestión de percepción personal, de experiencia. La respuesta es, por tanto, igual a la de la pregunta anterior: en sí misma es a la vez relativa y absoluta, pero para nosotros es relativa.

K: ¡Tiene que serlo!

L.S: En la vida vemos que existe el diseño en las artes, en nuestro cuerpo, en las maquinas, y en todo; el diseño de un automóvil se basa en la idea de su función. ¿Cuál es la función de la vida, de toda la vida?

K: Expresarse a sí misma.

L.S: ¿Cómo nace el orden a partir de su doctrina de la libertad?

K: La libertad, señor, es la meta común para todos… ¿admite eso? Si cada ser humano se da cuenta de que la libertad es la meta común, cada uno, al moldearse a sí mismo y al adaptarse a esa meta común, solo puede crear orden.

L.S: ¿Quiere decir que, si vivimos de acuerdo con el ideal de libertad, con el ideal de belleza, al final habremos de llegar todos a la misma meta?

K: Por supuesto, ¿no es así?

L.S: ¡…! ¿Y entonces habrá orden?

K: En la actualidad, usted, yo, y media docena de personas más tenemos cada uno diferentes ideas sobre cuál es la meta final. Pero si nos sentáramos todos y preguntáramos: “¿Cuál es el objetivo supremo para cada uno de nosotros?”, responderíamos que la libertad y la felicidad, todos y cada uno. Entonces, aunque usted trabaje de una manera y yo de otra, realizaríamos cada uno nuestro trabajo en pos de una misma meta. Y necesariamente habría orden.

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James Levine

enero 21, 2008

James Levine

James Levine (23 de junio de 1943 en Cincinnati) es un director de orquesta y pianista estadounidense, más conocido por ser director musical de la Ópera del Metropolitan en Nueva York. También es actualmente director musical de la Orquesta Sinfónica de Boston.

Hizo su debut con la Ópera del Metropolitan en junio de 1971 en una interpretación en un festival de Tosca; su éxito lo llevó a más apariciones y a su nombramiento como director principal de ésta en 1973; entonces fue director musical desde 1975 hasta convertirse en su director artístico (el primer en su historia) en 1986. Levine tiene una larga asociación con la Orquesta Sinfónica de Chicago y trabajó como director musical en el Festival de Ravinia.

Arregló y dirigió la música con la Sinfónica de Chicago para el soundtrack de Fantasía 2000 de Walt Disney Pictures. También fue Director Musical del Festival de Mayo de Cincinnati (1974-1978).

Bajo su dirección, la orquesta y el coro de la Ópera del Metropolitan se han convertido en uno de los mejores conjuntos operísticos del mundo, y Levine ha comenzado una serie regular de conciertos con la orquesta (y grupos de cámara) en el Carnegie Hall. Para su reciente nombramiento de Director General del Met, Peter Gelb ha enfatizado que, incluso después de 35 años como director musical, algo excepcional en los Teatros de Ópera más importantes del mundo, James Levine permanecerá tanto tiempo como desee como director musical ahí.

En el Met, Levine ha dirigido nuevas producciones de obras de Mozart, Verdi, Wagner, Strauss, Rossini, Schoenberg, Stravinsky, Kurt Weill, Claude Debussy, Alban Berg y George Gershwin.

Levine ha dirigido la Ópera del Metropolitan en muchas giras domésticas e internacionales. La compañía teletransmite varias producciones alrededor del mundo cada temporada y hace transmisiones radiales los sábados por la tarde entre diciembre y abril por toda Norteamérica.

En octubre de 2004, Levine tomó la dirección de la Orquesta Sinfónica de Boston, sucediendo a Seiji Ozawa como director musical, y siendo el primer estadounidense en dirigir la venerable orquesta. Ahora reparte su tiempo entre Nueva York y Boston. Además, por primera vez que se recuerde, la misma persona dirige el teatro de ópera más importante del país y una orquesta «top». (En Europa, Herbert von Karajan hizo algo semejante en los años 1950 como director principal de la Orquesta Filarmónica de Berlín y la Ópera Estatal de Viena.)

Su contrato con la Orquesta Sinfónica de Boston limita sus apariciones como invitado con otras orquestas estadounidenses, pero Levine dirige regularmente en Europa, con la Orquesta Filarmónica de Munich, la Orquesta Filarmónica de Viena, la Orquesta Filarmónica de Berlín y el Festival de Bayreuth. Levine también es invitado regular de la Orquesta Philharmonia de Londres y de la Dresden Staatskapelle. Desde 1975, también ha dirigido regularmente en el Festival de Salzburgo y el anual Festival Verbier en julio, del que es director musical.

Levine también toca en grupos de música de cámara y como acompañante en recitales de lieder (canción para un cantante con acompañamiento de piano)

El 1 de marzo de 2006, Levine se cayó en escena durante una ovación de pie después de un concierto con la Sinfónica de Boston y se desgarró el manguito rotador de su hombro derecho. Después en aquel mes, fue sometido a cirugía para reparar la lesión. Regresó al podio el 7 de julio de 2006, dirigiendo la Sinfónica de Boston en Tanglewood

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Herbert von Karajan

enero 15, 2008

Herbert von Karajan

Herbert von Karajan, nacido Heribert Ritter von Karajan (Salzburgo, 5 de abril de 1908Anif, cerca de Salzburgo, 16 de julio de 1989), fue uno de los más destacados directores de orquesta austriacos del periodo de posguerra. Dirigió la Orquesta Filarmónica de Berlín durante treinta y cinco años. 2008 es el año del centenario de Karajan, motivo por el cual se celebrarán conciertos en su honor en todo el mundo.

Era hijo de una familia de la alta burguesía de Salzburgo, de ancestros griegos. La música fue algo habitual para Karajan desde su más tierna infancia, su padre era clarinetista aficionado y su hermano organista. El primer instrumento del pequeño Herbert fue el piano, en cuya práctica se inició en el prestigioso Mozarteum de su ciudad natal entre 1916 y 1926. Alentado por su maestro Bernhard Paumgartner, se trasladó a Viena, donde su interés derivó hacia la dirección orquestal. Su debut en tal disciplina, al frente de una orquesta de estudiantes, tuvo lugar en la Academia de Música de la capital austriaca en 1928.

En 1929, realizó su debut oficial dirigiendo Salomé en el Festspielhaus de Salzburgo. Karajan fue primer Kapellmeister en la Ópera Estatal de Ulm, Alemania, en el cual adquirió, mediante la práctica diaria, la experiencia y técnica indispensables para abordar destinos y metas más altos. En 1933, Karajan hizo su debut en el Festival de Salzburgo. Al año siguiente, y nuevamente en Salzburgo, Karajan dirigió la Orquesta Filarmónica de Viena por primera vez.

Durante el III Reich, en un momento en que las mejores batutas (Erich Kleiber, Bruno Walter, Otto Klemperer) se hallaban en el exilio, Von Karajan se confirmó como la nueva promesa de la escuela directorial germánica. En marzo de 1935, la carrera de Karajan tuvo un significativo impulso cuando se inscribió como miembro del Partido Nazi. Aquel año, Karajan fue nombrado el alemán más joven «Generalmusikdirektor» y fue director invitado en Bruselas, Estocolmo, Amsterdam, y otras ciudades europeas. Más aún, en 1937, Karajan hizo su debut con la Orquesta Filarmónica de Berlín y la Ópera Estatal de Berlín con Fidelio.

Sin embargo, Adolf Hitler sólo recibió con desdén al afamado director después de que se equivocase en un momento en un concierto de gala para los reyes de Yugoslavia en junio de 1939. Al dirigir sin la partitura, Karajan se perdió, las cantantes se detuvieron, y la cortina se rasgó en medio de la confusión. Furioso, Hitler ordenó a Winifred Wagner: «Herr von Karajan jamás dirigirá en Bayreuth mientras yo viva», y así fue. Después de la guerra, Karajan hizo lo más que pudo para no recordar aquel vergonzoso y no tan glorioso incidente que quizás salvó su carrera en la postguerra.

En 1946, Karajan dio su primer concierto en la postguerra, en Viena con la Orquesta Filarmónica de Viena, pero después se le prohibió ejercer la dirección por las autoridades de la ocupación rusa debido a su membresía en el Partido Nazi. Aquel verano, participó anónimamente en el Festival de Salzburgo. Al siguiente año, se le permitió seguir dirigiendo.

En 1948, Karajan se convirtió en director artístico de la Gesellschaft der Musikfreunde, Viena. También dirigió en el Teatro de La Scala de Milán. En el mismo año, fue nombrado titular de la Orquesta Philharmonia de Londres, con la que realizó una larga serie de grabaciones que hicieron de él una estrella internacional. Karajan convirtió a la orquesta en una de las mejores del mundo.

A la muerte de Wilhelm Furtwängler en 1954, Von Karajan abandonó la formación londinense para aceptar la dirección de la Orquesta Filarmónica de Berlín, la orquesta cuya dirección había constituido desde siempre uno de sus más anhelados objetivos. Aun así, asumió la dirección imponiendo la condición de que su plaza fuera vitalicia. En total, entre 1955 y 1958, el director y la Filarmónica de Berlín tocaron 105 conciertos en los Estados Unidos. Otros viajes internacionales bastante notables incluyen: 11 visitas a Japón, el tour de 1984 que también los llevó a Corea, y, en 1978, sus primeros conciertos en China.

Fue director artístico de la Ópera Estatal de Viena. Estuvo involucrado de cerca con la Orquesta Filarmónica de Viena y el Festival de Salzburgo, en donde dio inició al Festival de Semana Santa, que permaneció ligado al Director Musical de la Filarmónica de Berlín después de su tenencia. Dirigió el Concierto de Año Nuevo de Viena en 1987. Continuó interpretando, dirigiendo y grabando en forma prolífica hasta abril de 1989, año en que dimitió como director de la Filarmónica de Berlín, alegando falta de salud y malentendidos diversos. Falleció el 16 de julio de ese mismo año

A través de su carrera, Karajan promovió el empleo de medios visuales y la nueva tecnología de audio para ampliar la expresividad musical. Produjo películas de conciertos y de óperas en asociación con el director francés de cine Henri-Georges Clouzot

Siempre interesado por mejorar la experiencia auditiva de su público fue adoptando rápidamente las innovaciones tecnológicas. Realizó la primera grabación digital de La Flauta Mágica de Mozart, y en el Festival de Pascua de Salzburgo ,unió a Polygram, Philips y Sony para introducir al mundo musical el sistema Compact Disc.

Karajan fundó Telemondial S.A.M. en 1982 para producir su repertorio completo en el nuevo medio visual del video disco y tuvo a su cargo el total control creativo de las imágenes y el sonido.

Reverenciado y detestado, siempre polémico, si hay un músico que represente mejor que nadie la dirección orquestal durante el siglo XX, ése ha sido Von Karajan. Por un lado su carisma, su forma apasionada de acercarse a la música, su capacidad única para arrancar las más brillantes sonoridades a la orquesta («sonido Karajan») y, por otro, tanto su culto a la técnica y los estudios de grabación como su profundo conocimiento del mercado discográfico lo convirtieron en la batuta más popular y aclamada de toda la centuria y también en una de las más vilipendiadas por quienes le criticaban su afán megalómano, su superficialidad a la hora de afrontar el repertorio y su conservadurismo estético, cerrado a las nuevas corrientes musicales de su tiempo. Acusaciones estas que, no pueden hacer olvidar su magisterio en la interpretación de las grandes obras del repertorio sinfónico y operístico romántico, con Beethoven, Chaikovski y Richard Strauss a la cabeza.

El arte de dirigir consiste en saber cuando hay que abandonar la batuta para no molestar a la orquesta

Cita de Herbert Von Karajan